Existe
un documental muy bueno llamado La
Corporación que salió en el 2003 hecho por unos canadienses. En ésta plantean
una crítica hacia las corporaciones con el subtítulo de ¿Instituciones o
psicópatas? Y que durante las más de dos horas comentan sobre la falta de ética que tienen las empresas al hacer
sus negocios. Así como en Tiempos Modernos de Charles Chaplin en 1936 que desde
ése entonces ya existía esa forma de crítica. Un pensamiento en serie, ya pre
hecho todos nuestros actos.
Y
así fue, siempre paso por el mismo lugar de regreso a casa, esquivo los mismos
charcos y tierra mojada. Inclino mi cuerpo en la misma subida siempre evitando
el resbalarme. Miro siempre el árbol de hojas secas. Observo el letrero de “SE VENDE” de un
departamento que lleva años sin ser habitado. Al cruzar la calle, meto mi mano
a la bolsa para sacar un cigarro, y siempre prenderlo antes de terminar de
cruzar. Hasta ese entonces saco mi celular para poner las mismas canciones que
me acompañan de regreso a mi casa. Todo los días han sido así, lo mismo, sin
ninguna variación, y cuando la hay,
suponía que no sabría cómo reaccionar.
Entonces
fue hasta después de la trayectoria banalmente intrínseca que vi una llamada
perdida —nadie me llama a esa hora— me
dije después de haber leído el nombre del remitente pero sin haber terminado de
concluirlo sinápticamente.
—¿Por
qué me llamó? ¿Hace cuánto? — así que sin tener un simulacro de qué hacer en
estos casos decidí llamar de regreso inmediatamente.
Primer
tono. Me muerdo el labio inferior de nervios.
Segundo
tono. Exhalo aire hacia mi cabello mirando hacia arriba.
Tercer
tono. Mis manos empiezan a ponerse frías —Algo le pasó, no contesta y bueno,
aparte no tiene por qué ya llamarme más— me dije mientras llevaba mi mano a la
frente y empecé a alejarme del lugar.
Cuarto
tono. Tiro el cigarrillo a la mitad.
—Bueno—
Contestó con una voz tímida, como hace meses.
—Hola,
¿Cómo estás? ¿Qué pasó? Vi tu llamada.
—Hola,
sí, te marqué. Es que estaba pasando por aquí y te vi, pero no me viste y te
marqué.Si, te vi. Hasta creo que me vio
tu amigogresarme a
e concluirlo.
celular para poner las mismas canciones que
me acompañan de r
—¿En
dónde? — De alguna forma primitiva reaccioné. Ya estaba lejos de ahí.
—Por
los camiones.
—¿Camiones?
¿Cuáles camiones?.
—Los
camiones de aquí.
—Ah—
no supe a qué camiones se refería —¿Y sigues ahí? ¿Dónde estás?— En ese momento
quise parar mi camino y regresarme a los
camiones.
—Si,
te vi. Hasta creo que me vio tu amigo.
—Y
¿por qué no me gritaste?.
—No
soy muy fan de gritarle a la gente— Qué mal, lo hubiera hecho. Pensé.
—Pues
a mi amigo le hubieras señalado a donde estaba y ya.
—No
soy muy fan de… señalar a la gente.
Y
ahí empezó el momento de unos escasos segundos callados, queriéndonos decir
todo, lo cuánto nos hemos extrañado, las ganas que aún tenemos de besarnos. De
decirle “Espérame ahí, no te muevas, ya llego” o que me diga “Regresa, si te
marqué es porque quiero verte otra vez, por lo menos que sea una última mejor
vez.”
—Es
que iba hablando, iba en tercer plano mi concentración diciéndole algo a mi
amigo— Qué respuesta tan tonta.
—Y
¿Qué haces por acá? — Repliqué.
—Vine
a visitar a mi papá, es que lo operaron de la rodilla y vengo a darle unas
tarjetas— O eso creí que me dijo, estaba en una lucha moral de decidir si era
lo correcto regresarme y pasar un tiempo juntos. Pero no podía dejar atrás el
hecho de que tiene una nueva relación y que yo, ya lo estaba superando.
—¿Y
está bien?
—Si,
sí ya está mejor, gracias— Destacando su cordialidad, como siempre. Una de las
tantas cosas que me cautivaron de su ser.
—Bueno,
pues, qué mal que ya no nos pudimos ver.
—Sí.
De
nuevo el silencio, y las pocas palabras que emitíamos eran con un tono de
nerviosismo.
—Bueno—
Mi palabra característica de mi estado parecido a un neurasténico.
—Bueno
pues, que se mejore tu papá.
—Si,
gracias.
—Y
supongo que, bueno, pues, espero un día sí verte.
—Pensé
que no querías contestar o no querer verme— Tenía tantas ganas de decirle “¡Si
todo este maldito tiempo lo que he querido es verte y estar contigo como antes!”
pero no.
—No
cómo crees, es que soy, bueno, ya te diste cuenta que estoy en una distracción
total, pero no era por eso, sí quiero verte.
No
dijo nada, era claro que esperaba a que dijera la palabra clave, la que los dos
necesitábamos. Y no la dije.
Rápidamente
me dije que no debería colgar así nada más. Que dejara esa actuación lineal de
siempre, sin importar todo el itinerario ya marcado por hora para este día,
sabía que era la oportunidad que dejamos ir varias veces. Estar por última vez
juntos, riéndonos, mirándonos, platicándole eventos históricos o científicos,
contándonos historias personales al punto de mofarnos a pesar de que hayan sido
malos momentos. Ir a restaurantes y sin darnos cuenta, nos trataran los meseros como si ya fuéramos pareja. Lo
sabía, acababa de ver un documental de más de dos horas diciéndolo con símbolos
que está mal ser así. De eso iba discutiendo con mi amigo y concentrado en eso,
queriendo hacerle entender a él y al los demás —Es que hay que cambiar nuestra
forma de pensar y de hacer las cosas— le dije.
Pero también sabía que ya no tenía por qué
seguir buscando en todas partes a ver si estaba. Ya había dejado ése
sentimiento amoroso que me hacía chiflar la principal estrofa de la canción que
la había dedicado, de cantarla completa en la regadera, de buscar en fotografías
alguna la similitud del sentimiento. Porque sabía lo que Marguerite Yourcenar
parafraseó el siglo pasado, “No hay amor infeliz, sólo se tiene lo que se
tiene. No hay amor feliz, lo que se tiene, ya no se tiene.”
Siempre
pasa así, —o a la gente que somos así— se piensa tanto en el momento que, a la
hora de la toma de decisiones se hacen mal. Sabía que mi ideología del amor fue
inventada desde el siglo XII por tradiciones medievales, querer mandar al
carajo o seguir linealmente el De Arte Honeste Amandi de Andreas Capellanus. Decirle que no tiene
descripción lingüística y etimológica la acción que hizo de volver a una
relación cuando ya estábamos describiéndonos cuánto nos gustábamos y desde
cuándo. Tenía ganas de ir otra vez por un yogurt orgánico pero que seguramente
ya no era exclusivo de los dos. Expresar cuánto despreciaba su indiferencia
mientras se relacionaba con otra persona. Volverle a cantar la canción que le
dediqué una madrugada. Volverle a contar que los primeros taxis fueron idea de
Franz Von Taxis en 1504, y que así creó por primera vez una línea regular de
coches de correo entre Holanda y Francia. Corregirnos la ortografía con los
mensajes que enviábamos por las mañanas. Hacerle burla sobre su tono de voz con
timidez por teléfono. Volver a ser nosotros
aunque, ya centrándome en la realidad, mejor que no diga nosotros, si no es conmigo.
Y
antes de decirle algo, recordé lo que dijo Prince y que no tuve el valor de
decírselo, “Puedo cenar en un restaurante lujoso, pero nada, nada se compara a
ti.”
—Bueno
pues, ya me voy.
—Ok,
te cuidas.
—Igual
tú.
—Bye.
—Adiós.
Qué
imbécil soy, ya colgué.